lunes, 21 de marzo de 2011

EN TUS MANOS ESTÁ LA VIDA

Al leer la defensa de la figura de Jesús alegre, fuerte y proclamando su mensaje de salvación como más adecuada para exponer en los muros de las aulas de los Centro educativos en lugar de las imágenes del crucificado, he intensificado mi meditación en el momento de mayor sufrimiento de Jesús.

Me he preguntado: ¿Cómo vivió Jesús ese trágico momento? ¿Qué experimentó al comprobar el fracaso de su proyecto del reino de Dios, el abandono de sus seguidores más cercanos y el ambiente hostil de su entorno? ¿Cuál sería su reacción ante una muerte tan ignominiosa como cruel?
Nadie sabe con certeza las palabras precisas que pronunció en los últimos momentos, pero ciertamente vivió una lucha interior angustiosa, tremenda, similar a la que desde todos los tiempos y lugares, los seres humanos han debido sufrir y sufren cuando han sido víctimas de la injusticia y del ultraje.

Pienso que en esos momentos, la atención de los habitantes de Jerusalén y de aquella multitud de peregrinos que llena las calles, no está en aquel pequeño grupo que va a ser ejecutado en las afueras de la ciudad. En el gran templo todo es agitación y ajetreo. A esas horas miles de corderos están siendo sacrificados en el recinto sagrado. La gente se mueve febril rematando los últimos preparativos para la cena pascual. La gente estaba familiarizada con el espectáculo de una ejecución pública, por eso las reacciones son diversas: curiosidad, gritos, burlas, desprecios y algún comentario de lástima. Desde la cruz, Jesús probablemente sólo percibe rechazo y hostilidad.

Y el escándalo se asoma a mi mente: ¿Quiere el Padre que torturen a Jesús?. La crucifixión es un crimen y una injusticia. No es posible que su Padre quiera esto. Lo que Dios quiere es que permanezca fiel a su servicio al reino sin ambigüedad alguna, que no se desdiga de su mensaje de salvación en esta hora de la confrontación decisiva, que no se eche atrás en su defensa y solidaridad con los últimos, que siga revelando su misrericordia y perdón para todos.

La actitud interior de Jesús siempre había sido de "amar a sus enemigos", ·rogar por sus perseguidores", "perdonar hasta setenta veces siete", por eso quienes lo han conocido no dudan en pensar que Jesús ha muerto perdonando: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen".
Jesús muere en la noche más oscura, no entra en la muerte iluminado por una sublime revelación. Muere con un "porqué" en sus labios: todo queda ahora en las manos del Padre.

La infinita confianza del defensor de las víctimas inocentes frente al impacto de la ejecución llevada a cabo hace entrar en una crisis radical a sus seguidores que huyen de la ciudad o se hunden en la desesperanza. Pero poco después sucede algo inexplicable. El profeta ajusticiado días antes por las autoridades del templo y los representantes del Imperio está vivo: "Jesús está vivo, Dios lo ha resucitado" proclaman de forma unánime e indestructible sus hasta entonces temerosos seguidores. La muerte no ha podido con Él, "el crucificado está vivo. Dios lo ha resucitado".

Concluyo proclamando mi fe en el Dios, defensor de los inocentes. Y ruego a Jesús me ayude a unirme a su cruz, que es la mía de cada día. Que sepa abrazarla y con sus mismos sentimientos confíe plenamente en que triunfará la vida, siempre!

Un abrazo y hasta la próxima.